Lumbre

La mirada sobre el libro, como relámpago que esparce su volatilidad en el lenguaje, extendiendo rieles entre las palabras, gota a gota: lluvia desmenuzada. El poema de Tyutchev, bajo el escrutinio de unos ojos inocentes hacia el mundo, justo antes de la maravilla. Un vaso de cristal se desliza sobre una mesa de madera bajo el precepto de un rayo que se desprende de aquellos ojos, la mirada que refleja el vaso, deslizándose solo sobre la mesa. Un vagón de tren descarrilado hacia el posible estallido. Pero se detiene justo al borde del acantilado. El mar en su interior se mueve como una ola atrapada en el lenguaje del enigma. El segundo frasco patina sobre la superficie como la cuchilla de metal sobre una pista de hielo, una danza solitaria que bordea elípticamente el pensamiento, las palabras, los versos recién leídos, trabados por los ramajes de la lógica, del descifrar de signos. Luego del fenómeno, para la mirada de quien mira, el frasco que contiene un planeta de misterios se detiene al resguardo de un abismo donde los nombres se pierden, se deshacen como materia de un tiempo ya pasado consumido en una hoguera. El tercer vaso, largo como un tren, resbala como serpiente, en una planicie donde corpúsculos flotan formando un cielo alcanzable. El vaso repta, sin mano que le aplique la fuerza justa sobre sí, el tren descarrilado cae por el precipicio, como una roca que emite un ruido mordaz e intraducible y qie se hunde en el mar. El sonido del tren, la sinfonía trémula, atraviesa el horizonte afuera de la ventana, hace temblar la tierra, ante la existencia impávida de una niña con el alma inalterable. Una paz calculada destella una quietud que sólo el universo puede interpretar. La música ya no dice nada. Todo está contenido en los objetos que gravitan el océano del sentido que sostiene la diapositiva. El movimiento desacraliza la sombra que se oculta tras cada palabra que pretende delinear una forma, un concepto, una noción y ese vaivén es el árbol y la niña es poeta.

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