Fragmento de escritura

(sin titulo)

(libro en proceso)

Mientras la aguja rasga como la navaja de un patín sobre hielo y este disco gira,  permanezco en hipnosis absoluta observando las líneas finas y alguna que otra gruesa dando vueltas. Grafías del silencio. Lo que calla no es oculto, es un relieve. La agu  es una flor cadáver que se asemeja a una bailarina haciendo un clavado en el agua púrpura que se dispara al cielo. Amorphophallus titanum. Su inmensa arquitectura es un proceso. Dicen que hay  espíritus que hierven y bailan alrededor de la flor. Es el olor de los movimientos lentos en el abrir de sus páginas pétalos una  cápsula que guarda su  geometría imperial. Porque es lo oculto, lo enigmático, la ausencia acaso de alguna palabra exacta lo que contiene esta música que ahora es agua, hueco en el papel dentro de un agujero como esos que pueblan el espacio y  que atrae para sí todo léxico en busca  de sentido.  Alguna vez escribí aĺgo que titulé la palabra de hielo ¿ lo recuerdas? eran tiempos gélidos.  Aquella escritura era un laberinto así de flores gigantescas, un hilo de fuego haciendo camino de espesura vegetal y como en aquel cuento, yo estaba alejada del personaje, un poco más adentro de la parte más frondosa de la selva grabada sobre una gran pieza de hielo.  Todos tenemos un bosque incendiado  en el centro del pecho. Llenos de bestias y fauces que apretadas sueltan ríos de lágrimas y una baba espesa como la espuma del último mar en el que se sumerge uno ante la ausencia de un trazo memorioso. Inútil transitar esas dosis de imposibles gestos que súbitas nos estremecen como un deja vu.

Era una ristra de maldiciones pequeñas e inevitables, contenidas en cada una de las letras de aquella palabra grabada como sendero ataviado de navajas, bóveda de nuestro más guardado sortilegio. Destrozos de conjuros. Hacía viento. La palabra estaba escrita. Y al llegar te recibi con la velocidad de saber que era tremenda estupidez pero nos reíamos y eso era suficiente. Luego estuve soñando por meses el mismo sueño. Un cúmulo de arañas azuladas con ocho ojos salían disparadas de las grietas en el hielo dejando sus crías atestadas entre aquellos cuchillos helados. Siempre pensé que eso significaba algo. Alguna señal de lo insólito sería tal vez u otro modo de pensar lo lejos que ahora te encuentras de mí con esa distancia de Andrómeda y Vía Láctea acercándose a un ritmo imposible. Cuán obsidiano aquel beso debajo de una campana que anunciaría tu lejanía. Son las tres de la mañana. Tengo las manos cansadas. La piel en la yema de los dedos son pequeños pañuelos raídos. Esto lo tecleo en una Underwood que me salió a 12 pesos en un flea market de la Main Street; más barata que la de Cassady aunque casi nueva como aquella en la que escribió largas cartas de amor, palabra escurridiza esa, manoseada hasta el hartazgo, un asir fuerte a lo oculto por donde mismo parte la soga del sentido . Un clavado al agua púrpura es esta carta que no sé si llegará intacta. Hay cierta fragilidad en la huella dactilar que sella el sobre. El disco sigue girando. La palabra sobre el hielo es mi signo de hambre que comienza donde acaba tu deseo. Conflagración hospedada en la piel como paisaje. Fósil de hielo que transmuta en fuego.

Las zonas más áridas son aquellas en las cuales viaja el agua y se incrusta en las piedras del surco. Adormecida la lengua llega el hijo de una bestia que copula en las copas de ârboles gigantes y pueblan una selva inhóspita. Allí se recrea la fiera rebuscando con pezuñas de metal un manjar de frutas preservadas por un hombre ya muerto que yace justo al lado de su caballo vencido. Qué cosas musitaba, qué de terribles sonidos burbujeantes que hacía callar los pájaros de aquella tarde, de todas las tardes, de los silencios terribles que irrumpían, relámpagos de aire. No había un alma sino la de esta fiera que despacio recorría las veredas entre árboles sin tropezar ni una vez. De camino a despojar en el agua los demonios que la pueblan y que encantados son un largo hilo enredado: una esfera que aglutinó cosas de otro tiempo y del tiempo en otro tiempo, un vórtex de escenarios y cosas que marcan el tiempo. Como una taza mirada desde arriba. Sabes que los sueños se encuentran ahí despertando, insólitos sonidos en la memoria, injerto del tiempo en otro tiempo contenido. Despojaría la bestia su piel desgarrada de humaredas que salen de su boca regurgitando algunas horas perdidas, imaginando su próxima cosecha? Uno que hablaba en lenguas contaba que en medio de la selva yacen en el aire los corazones de aquellos que la atravesaron en la noche. Imposible dormirse entre esos gigantescos árboles para soñar con jaguares del tamaño de una casa, quebradizos como el pisar sobre las hojas secas con el aroma del musgo que habita en esas sombras. Quienes sueñan han contado que despiertan y ven desde los ojos de un jaguar el suelo cubierto de hojas que crujen al paso de la bestia. Una flor de lava revienta ante sus ojos: la fiera despierta.

[fragmento de escritura]

glendalys marrero

Elegía Marítima

Debí escribir esta misiva al llegar a casa aquella noche luego de estar horas buscándote en la oscuridad del mar. Pero tenía las manos temblorosas, todo de mí temblaba como las hojas que me mostraste cuando les daba el viento. Yo no estaba en mí. Era inmenso el caos en mí. Yo estaba en otra parte. Tal vez rogándole a lo que fuese, lo que pudiese ser, aquello que en mi mente no era posible hasta ese instante, algo que te devolviera a la orilla, algo que mostrase tu silueta en el horizonte contra el claroscuro de aquella noche terrible. Era inmenso aquel espacio, como un lienzo. Un supervacío, la estructura más grande que ha visto la humanidad, yo pensaba eso mientras te buscaba, aunque apenas podía pensar, pensaba aquella conversación que tuvimos cuando vimos el sol flotar como un globo encandilado, te explicaba como hay un punto frío en el haz de luz más antiguo del universo y ese punto frío se me clavaba en el pecho. Aquel instante me atravesaba. No había cosmología posible. Era un remolino voraz que me tragaba, me sacaba el aire, me sofocaba.
Seguramente si hubiese escrito en ese momento cuando ya estaba todo perdido, no hubiese recordado el rostro que figurabas cuando escuchábamos a Nina, tú en la cocina, yo en la butaca, el sonido del agua contra los platos, mi cabeza reclinada y la voz como viniendo del centro de un ausubo hueco

Played with fire and I was burn

Gave a heart but I was spurn
All these time I have yearned
Just to have my love return

Years have passed by
The spark still remains
True love can’t die
It smoulders in flame
when the fire is burning off
and the angels call my name
Dying love will leave no doubt
I’m the keeper of the flame 


Y sonreías. Aquella carta de manos temblorosas no se hubiese parecido a esta. Hubiese sido un remolino de orguídeas muertas que aceleran hacia un precipicio. Imposible ontología.
En cambio ahora, puedo escuchar como con la voz felina, esa voz felina que asumías en la madrugada, Porgy, me decías, yo soy Nina. Y la cantabas. Como una dulce centinela de mi sueño. 

I love you, Porgy

Me cantabas

Don’t let him take me
Don’t let him handle me and drive me mad
If you can keep me
I wanna stay here with you forever
I’ve got my man

Cantaba Nina.

Someday I know he’s coming to call me
He’s going to handle me and hold me soon
He’s going…

Pero la cantabas tú. El océano. Annabel Lee. De eso hablaba la canción, yo ignoraba el deja vu. Yo intuía que algo no se parecía a la figura exacta de tus gestos. Intuía que aquel momento no encajaba como aquella pieza del rompecabeza que estuvimos buscando en la arena. ¿Recuerdas? Era un fragmento de una barcaza azul que contabas te traía a la memoria  cuando ibas en una parecida para ver la aurora boreal en tu último viaje. 

Komorebi. Llegaste con esa palabra de ese viaje. Lo recuerdo como ahora. La escuchaste.en una conversación e indagaste curiosa. Esa luz que se esparce entre las hojas temblorosas por el viento. Pero esa noche, aquella noche que regresé sin ti, no había critpografía, ni luz posible, ni palabras como signo, ni lenguaje. Sólo un supervacío con un punto frío intenso. Una estocada de acero. Una muerte propia.