Glaciar ámbar gris

Se acabó el evento. Aquel rayo que había entrado por la ventana de la cocina calcinó las plantas heladas colocadas sobre el alféizar. El pan se había expandido como un globo, hubo un estallido, los frascos de especias lanzados en trozos al aire, cristales rotos caían de  los edificios de la ciudad, estalactitas de hielo como cuchillos lanzados al vacío  y  el mundo advino a otra cosa. Al menos esa mitad del mundo era ahora un cúmulo de ciudades heladas, ciénegas gélidas,  selvas  de hielo, un humedal a punto de congelación; y de ese frío cortante no había escapatoria. La mantequilla evaporada casi al instante,  menos mal que ella estaba lejos de la ventana pero pasó que repentinamente dejó de ver. Como si una fulguración se hubiese instalado adentro de los ojos de Marzia para sondear lo imposible. 

Antes del suceso la escarcha ocupaba las superficies como una premonición. Esto provocó un escándalo. Todos hablaban del fenómeno; al menos en esa mitad del mundo, días antes Marzia se había asomado a la ventana justo al romper el día y pudo ver una aglomeración de langostas color púrpura como corazones congelados en naufragio a la orilla del  océano sobre el cual se había formado una capa helada grisácea  y transparente.  Los ojos de Marzia  y  los ojos  de quienes sobrevivieron se cegaron al instante. Aquellos golpes secos sobre la fina capa de hielo que vestía el lago  rompía en pequeñas burbujas, todo esto se veía antes al otro lado de la ventana y eran definitivamente síntomas de una señal premonitoria. Ahora  era todo una cortina que se interponía entre los ojos de Marzia y el mundo. Una gran onda que bajo una fina capa de agua helada se movía incesantemente fuera la simulación del nivel del mar.

La autopsia molecular del aire había arrojado que una cantidad de mineral esparcida por el aire obstruyó la noción espacio temporal. Se había instaurado otro orden natural. En un cerrar y abrir de ojos ciegos, el relámpago ahora ocupaba la mente como un motor de pensamientos sintéticos, pequeñas fulguraciones de una nueva especie en mutación. Cortos circuitos.

Luego de que un cuerpo de luz parpadeante y cabal iluminara la mitad de la tierra hubo un gran número de decesos. Los sobrevivientes quedaron instantáneamente ciegos y en el espacio de las formas yacía una cortina lumínica con rastros de colores; un cuadro de Bacon, allá adentro de los ojos, muy adentro. Con una espesura derretida, unos bordes rosados y grises, blancuzcos o amarillos con una pulsión reticulada que inundaba todo a ratos muy parecida al fuego. Cegados los ojos habían pasado a ser portadores de otro lenguaje que urgente vino a trastocarlo todo. Hubo un tiempo de pausa.

Tal ofuscación era imprevisible. Ahora el tacto y la telepatía eran las tecnologías de todo quehacer y Marzia se lo había anticipado el día que escuchaba las carreras de caballos en la terraza polvorienta donde ya la escarcha comenzaba a dar destellos desde las plantas más secas que decoraban el andén. Quedaba la vía natural de las cosas y la supernatural de los designios de la mente. Y el mundo de los sueños que antes de la debacle era un fenómeno que iba en avanzada para explicar nuestra existencia. Qué pasaría si un cerebro cibernético podría entonces generar su propio fantasma? Si pudiese crear un alma por sí por sí solo? Era la pregunta que hizo Kusanagi en un elevador luego de que se descubriera un cuerpo cíborg golpeado por un camión en la carretera. Y esa pregunta Marzia la recordaba incesantemente. Un estudio minucioso había concluido que hay un patrón de fantasmagoría y una conciencia humana contenida en los escombros de esos cuerpos. No habría degradación atómica posible en el mundo de los espectros.

El biocircuito de los invertebrados, que ahora era de luz fluorescente, era la réplica acelerada de las células epiteliales que ahora eran de una sensibilidad espeluznante. Habría que reformular la manera de vestirse. Intuir la transformación  del  tamaño de la mandíbula rádula del calamar y sus branquias  alcanzar las dimensiones de un ventanal que daba al océano atlántico de par en par. 

Organismos sumergidos en el agua que se inflan y desinflan cambiando de formas, apenas de lugar,  saturando colores rojizos y púrpuras debajo de la superficie helada. Luces parpadeantes que ahora eran invisibles a los ojos. Violentos movimientos a través del cristal que se escuchaban pero nadie veía sino esos colores derretidos. Marzia notó que  se había amplificado el abanico de los sentidos restantes. Ahora las bestias del futuro estaban contenidas al otro lado del cristal apenas flotando entre cristales de hielo. Tentáculos titánicos con enormes ventosas como inmensaa gelatinas. Una redecodificación  de las moléculas genéticas de los animales submarinos habia ocasionado cambios bruscos en la elasticidad de sus figuras. Afuera de las profundidades, las montañas eran torres de hielo inmóviles como inmóviles quedaron las bestias, latentes como un gran corazón submarino. Algunas  otras habían engendrado una epidermis densa, tan gruesa como una corteza de goma, similar a una alfombra plástica cubriendo los contornos de las bestias que nadan ahora lentamente allá abajo al otro lado de la fina capa de hielo y  que no permite que Marzia  atraviese  el camino que va al otro lado del valle. Se escuchaba la corriente del  vómito de las ballenas atravesar los cristales de manera amplificada, aunque lejos. Marzia pensaba en cuántos habrían sobrevivido al suceso. Desconcertada por todo lo ocurrido no sabía ni por dónde comenzar la búsqueda. Esta urdimbre de luz electrificada y opaca era su nuevo muro de contención entre la realidad esperada y abierta en el mundo de esta manera tan cruda pero callada. Había un silencio  ocupando cada cosa. 

Los pájaros inexistentes como aquellos que volaban  otros tiempos y otras coordenadas  yacían ahora fosilizados entre las piedras de las costas. Entre esqueletos de erizos y corales quedaron los picos de las pájaros y las patas calcinadas que  ahora eran espinas en los pies de Marzia ya cubiertos con una corteza superdesarrollada que podía podía recorrer sin problema alguno las espinas de hielo y los picos  de los pájaros incrustados en la arena pedregosa. 

No era nada ya extraño, antes de la debacle, ver desde la cima de la montaña toda una ciudad cubierta de escarcha así como los alimentos en una heladera y entre los humedales escuchar el movimiento acuoso de las bestias bajo la capa fina de hielo. Cristal líquido que apenas reflejaba el novedoso y raro color de la intemperie. Pero ya nadie veía nada. Ni se daban por enterado de los movimientos elípticos de las ranuras en el agua que eran nuevas mutaciones de los líquidos ahora rompiendo el hábito magnético, póstumo, algo que tiembla más lento. Sintieron cómo las dimensiones del vértex se expandían. Los sobrevivientes teníamos un pequeño agujero en el cenit de la corteza cerebral dónde a veces según la presión de aire se escapaba un hilo gris de aire que nadie veía pero se podía sentir el aroma. Cuál era la dimensión de tal perplejidad? ?Nos acercábamos a una mutación del lenguaje? Estaría inscrito en cada poro un código que impregnaría al mundo de silencios y de concavidades del sentido como lo habíamos conocido hasta ese entonces?

La fase instantánea del hielo en vapor flotaba sobre los ríos congelados que se convirtieron en caminos de hielo y se abrieron como relámpagos sobre la superficie. Había una sonoridad uniforme que se opacaba al caer la noche helada como serían todas las noches subsiguientes. 

El aspecto del espacio temporal en la manera en que se siente el tiempo ya no por los medidores ya que las palabras utilizadas para medir las cosas iban desapareciendo cada vez más del léxico. Los meses ya no eran meses un kilómetro ya no era un kilómetro un calendario ya no lo era habríamos llegado al reloj del sol dando una vuelta entera a la humanidad que conocida así tal cual era sólo un recuerdo y una memorabilia del retorno imposible. 

Antes cuando se soñaba la mente buscaba resolver eventos del pasado inmediato, ahora lo que había eran deformidades, injertos tecnológicos, prótesis de células, pequeñas máquinas corriendo como insectos en la corriente sanguínea ya casi helada. Los cuerpos eran mutantes. Cuando antes durante el sueño intentábamos construir un modelo razonable del mundo ahora era todo fuera de ese orden, de esa silueta, de esa línea que ahora recorría un cuerpo en el asfalto. Tan frío como la temperatura regente.
El deja vu era de una futuridad improbable. Una montaña rusa cuando estábamos conectados en los sueños que era la única manera de sobrevivir el sinsentido, el lenguaje acostumbrado ya derrotado en todas sus acepciones y formas. Habría que despertar la intuición recíproca del electromagnetismo de nuestros sueños más ilógicos, de secuencia intransitables, oler, escuchar, sentir la epidermis de un receptor que ahora nos leería desde la mera intuición, desde la proximidad de las cosas, de un mundo sin bordes, sin líneas exactas, sin distancias o medidas, o relojes palpitantes, del roce de la epidermis corteza, ya dureza de cristal o de piedra, de una doble dimensión ya que repentinamente no estamos en un mundo que se abre como un libro pop up. Antes, la pulsación de los sueños eran laberintos, ilógicas narrativas, camuflajes térmicos. Las bestias del infrasuelo habían mutado en un día lo que un tiempo de un siglo permitía mutar. Así como las frutas que se vuelven fantasmas helados, desaparecen algunas pero no importa ya porque ahora teníamos una fantasmagoría, una nueva forma del lenguaje ocupando el vacío bajo esa fina capa de hielo.

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